Ella existió, un paso masomenos adelante al mío y me miró, pero, distraídamente, yo vi su
hombro, ido, recuperé la ilación de lo que decía. Sus ojos me recordaban a la
noche. Ella me consolaba. No te pongas así, pequeño.
Había pasado ya una hora después de nuestra charla en el
café, en jirón Ica, ella, que había pedido gelatina porque no comía sólidos, me
había confesado su malestar por su novio en Barcelona. La había dejado. Éramos
los únicos en el balcón de aquel cafetín del teatro pero yo me sentía
visualizado. Así que le susurraba, no soy tan bueno dando consejos por eso
trataba de evadirla. ¿Por qué siempre que estás conmigo comes gelatina?
No me respondió, simplemente sonrió con una gracia angelical.
Esas fotos que tengo del viaje te las voy a pasar, están buenas. Si, las
quiero, respondió, pero no te olvides eh, tienes un hermoso defecto de
olvidarte de mandar las fotos. Si, lo sé, pero estas sí, nunca he tomado fotos
tan buenas a alguien de manera tan natural…. eso… me gusta, me gustas. Tomaste
un poco de gelatina y la introdujiste lentamente en tu boca. Me mirabas, me
mirabas. La sensualidad de tu mirada me recordaba al día en que te conocí y me
preguntaste si también conocía El
Directorio. En realidad iba a otro pero te dije que sí. Después
bailaríamos allí desenfrenadamente gritando como unos héroes del silencio. Yo era un misio, así que tú pagaste el hotel.
Yo no creo que Ramón Castilla tenga una tía que le dio una
pastilla. Pues yo creo que sí, te dije. Hay cosas que son posibles, muchas
cosas, según la cuántica, todo. Y además este individuo, tiene cara de tomar
pastillas. ¿Y yo tengo cara? Tú tienes cara de necesitar otro tipo de pastilla.
Nos besamos. Nunca he probado labios tan suaves. No soy de ir probándolos por
doquier para comparar, es, simplemente que casi no los siento a pesar de
apretar tan fuerte. ¿Será que estoy besando un alma? No, tú me besas y lo haces
muy bien. ¿Ah, si? Si. Habría problema si lo fuera. ¿Qué? Un alma.
No, yo creo que no podré -te dije-no podré olvidarla porque
simplemente ha ocupado mucho, demasiado, y además a ella he abierto mis
experiencias, mi vida, cuatro años. Pues yo creo que debes esperar. Mesero,
disculpe, me puede traer rápido el pedido llevo esperando quince minutos y… Ya.
¿Cuánto tiempo dijiste? Cuatro, cuatro y medio. Es bastante.
Tengo miedo a la muerte, o, espera, no le tengo miedo, solo
es que me aterra no terminar las cosas que quiero, a las que me veo
predestinado. ¿Como a qué? Como a cambiar el mundo, por ejemplo. Jaja, qué
gracioso. ¿Tú no lo quieres? Todos lo queremos. Si, si, todos quieren, todos
son buenos, todos cantan villancicos. No basta querer, hay gente que lo
posterga. Yo creo que es impostergable. Yo creo que deberíamos comenzar con los
niños, me dijiste con un aire de complicidad, semejante a planear un ataque
guerrillero. ¿Cómo? Dejándoles jugar y jugar…
Es hermosa la manera en que me miras desde ese lugar en la
pared. Sé que lo haces aunque en realidad estés viendo a otro lado en la foto
que te tomé y en la que hubiera querido yo publicarla en alguna revista
importante de artistas. Piensas, seguramente, porque ya sabemos que el
pensamiento precede a la existencia, que no tuve la culpa del todo. Sé que me
dirías que no aunque yo lo crea religiosamente. Fui yo el que no se dio cuenta
de la gelatina, el que se olvidó de pasarte las fotos, de tus pastillas, de tu
querer, de tu soñar. Fui yo el que se olvidó de ir a verte. Hoy he escuchado tu
voz, otra vez, diciéndome, con un eco imperturbable: No te pongas así, pequeño...
Iré a verte.
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