miércoles, 20 de febrero de 2013

Cuando el sol


Pasada la mañana, después de las cuatro de la tarde, cuando el sol, que entra por la ventana, haya dejado de iluminar el cuaderno testigo de mis pasos.  Mis ojos serán cerrados por una fuerza inevitable, infinita, inefable y el cuerpo caerá como un pistilo. Me golpearé la cabeza pero no me dolerá. El dolor es un privilegio que solo se reserva a los que han logrado aguantar tanta suerte y tantas muertes. Yo no pude, no podré desde el día que murió mi padre. Desde el día que tu desapareciste del paradero. Desde que murió mi orgullo. Y desde que me enteré que esta humanidad no tiene sentido de existir. Porque existir es no existir. Y cuando suceda, de nada servirán tanto sudor y tantas lágrimas. Tengo una inevitable conexión con el sufrimiento ajeno. La otra vez lloré inexorablemente por mi gallo.

Pasada la mañana, después de las cuatro de la tarde, cuando el sol ilumine ese cuaderno donde escribí tanto de ti, de nosotros, de todos y de nadie, mi último pétalo volará libertario, se desvanecerá en el tiempo, será aire, tierra, agua, fuego y espero que algún día un átomo mío se llegue a posar en el tuyo porque seré feliz de volver a encontrarnos después de tanto tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario