jueves, 14 de marzo de 2013

Hagamos un trato





Compañera
usted sabe
que puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo.

Si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo.

Si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo.

Pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.




M. Benedetti

domingo, 3 de marzo de 2013

Un alma




Ella existió, un paso masomenos adelante al mío y me miró, pero, distraídamente,  yo vi su hombro, ido, recuperé la ilación de lo que decía. Sus ojos me recordaban a la noche. Ella me consolaba. No te pongas así, pequeño.

Había pasado ya una hora después de nuestra charla en el café, en jirón Ica, ella, que había pedido gelatina porque no comía sólidos, me había confesado su malestar por su novio en Barcelona. La había dejado. Éramos los únicos en el balcón de aquel cafetín del teatro pero yo me sentía visualizado. Así que le susurraba, no soy tan bueno dando consejos por eso trataba de evadirla. ¿Por qué siempre que estás conmigo comes gelatina?

No me respondió, simplemente sonrió con una gracia angelical. Esas fotos que tengo del viaje te las voy a pasar, están buenas. Si, las quiero, respondió, pero no te olvides eh, tienes un hermoso defecto de olvidarte de mandar las fotos. Si, lo sé, pero estas sí, nunca he tomado fotos tan buenas a alguien de manera tan natural…. eso… me gusta, me gustas. Tomaste un poco de gelatina y la introdujiste lentamente en tu boca. Me mirabas, me mirabas. La sensualidad de tu mirada me recordaba al día en que te conocí y me preguntaste si también conocía El Directorio. En realidad iba a otro pero te dije que sí. Después bailaríamos allí desenfrenadamente gritando como unos héroes del silencio. Yo era un misio, así que tú pagaste el hotel.

Yo no creo que Ramón Castilla tenga una tía que le dio una pastilla. Pues yo creo que sí, te dije. Hay cosas que son posibles, muchas cosas, según la cuántica, todo. Y además este individuo, tiene cara de tomar pastillas. ¿Y yo tengo cara? Tú tienes cara de necesitar otro tipo de pastilla. Nos besamos. Nunca he probado labios tan suaves. No soy de ir probándolos por doquier para comparar, es, simplemente que casi no los siento a pesar de apretar tan fuerte. ¿Será que estoy besando un alma? No, tú me besas y lo haces muy bien. ¿Ah, si? Si. Habría problema si lo fuera. ¿Qué? Un alma.

No, yo creo que no podré -te dije-no podré olvidarla porque simplemente ha ocupado mucho, demasiado, y además a ella he abierto mis experiencias, mi vida, cuatro años. Pues yo creo que debes esperar. Mesero, disculpe, me puede traer rápido el pedido llevo esperando quince minutos y… Ya. ¿Cuánto tiempo dijiste? Cuatro, cuatro y medio. Es bastante.

Tengo miedo a la muerte, o, espera, no le tengo miedo, solo es que me aterra no terminar las cosas que quiero, a las que me veo predestinado. ¿Como a qué? Como a cambiar el mundo, por ejemplo. Jaja, qué gracioso. ¿Tú no lo quieres? Todos lo queremos. Si, si, todos quieren, todos son buenos, todos cantan villancicos. No basta querer, hay gente que lo posterga. Yo creo que es impostergable. Yo creo que deberíamos comenzar con los niños, me dijiste con un aire de complicidad, semejante a planear un ataque guerrillero. ¿Cómo? Dejándoles jugar y jugar…

Es hermosa la manera en que me miras desde ese lugar en la pared. Sé que lo haces aunque en realidad estés viendo a otro lado en la foto que te tomé y en la que hubiera querido yo publicarla en alguna revista importante de artistas. Piensas, seguramente, porque ya sabemos que el pensamiento precede a la existencia, que no tuve la culpa del todo. Sé que me dirías que no aunque yo lo crea religiosamente. Fui yo el que no se dio cuenta de la gelatina, el que se olvidó de pasarte las fotos, de tus pastillas, de tu querer, de tu soñar. Fui yo el que se olvidó de ir a verte. Hoy he escuchado tu voz, otra vez, diciéndome, con un eco imperturbable: No te pongas así, pequeño...
Iré a verte.